Gráfico con fotos de estadounidenses a la izquierda y un personaje de dibujos animados a la derecha (Depto. de Estado)
Los estadounidenses reales, incluidas las personas trabajadoras y exitosas a la izquierda, presentan un fuerte contraste con el personaje de dibujos animados Homer Simpson (dcha.), una figura estadounidense estereotípica. (Depto. de Estado)

Nuestra escena inicial tiene lugar en Roma, por la mañana temprano, a finales del verano, en el comedor de un albergue (hotel) de precio moderado para turistas, a pasos del Panteón de Agripa.

Los camareros, filipinos, se mueven con sus chaquetas blancas mientras los huéspedes del hotel, familias del Reino Unido, Francia, Grecia y España principalmente, eligen croissants y dulces y jarras de jugo, manteniendo una cortés indiferencia hacia los demás en sus zonas respectivas de privacidad. Todo es un murmullo de eficiencia y competencia, ejecutado con los silenciosos tonos apropiados para la hora.

Entonces se abren las puertas del elevador y ahí aparece él.

Es un hombre muy grande, no necesariamente gordo, sino fuertote y con huesos anchos. Evidentemente ha intentado arreglarse, aunque sin mucho éxito. Su cabello apunta en todas direcciones, derrotando todos sus intentos de alisarlo y darle forma con su manota.

Las puntas de su camisa intentan salirse de los pantalones, los cuales están arremangados unos cuantos centímetros demasiado arriba. Lleva calcetines blancos, que se deslizan.

Se acerca a uno de los camareros y le estrecha vigorosamente la mano.

“He oído que había un desayuno buffet gratuito y de regalo aquí abajo”, dice en una redundancia. Y por supuesto, lo dice en inglés, sin pensar en que al estar en Roma, podría ser que su idioma fuera un idioma extranjero.

“Soy de Minneapolis”, prosigue. “Mi esposa y yo acabamos de llegar. Un largo vuelo. Le dije que le llevaría una madalena de arándanos. No he dormido en un día. Somos de Minneapolis”.

El camarero le indica hacia el buffet.

“¿Dónde están las madalenas de arándanos?” pregunta, estirando el cuello y ojeando los panecillos de desayuno y fuentes con fruta. “Ella tiene mucha hambre. Acabamos de llegar. De Minneapolis”.

Gráfico con foto de un hombre con anteojos a la izquierda y un personaje de dibujos animados a la derecha (Jill Walker/Depto. de Estado)
Richard Beilin, a la izquierda, es un abogado de Nueva Jersey que elabora ordenanzas para ayudar a los pueblos locales a autogobernarse. Al igual que la mayoría de los estadounidenses, le importan el civismo y la familia, y no se parece en nada a Homer Simpson. (Jill Walker/Depto. de Estado)

Y continúa parloteando, expresando asombro, aunque no resentimiento, porque no hay madalenas de arándanos —“¿Cómo se puede desayunar sin madalenas de arándanos?”, se pregunta en voz alta —y luego expresa sorpresa ante la ausencia de bagels y queso en crema vegetal. Menciona que ha volado toda la noche, desde Minneapolis, de donde es; su esposa también.

Ahora, todas las miradas están puestas en él.

Intentando ocultar su descontento, llena dos platos de plástico con su botín y los sostiene en los brazos. Ofreciendo una última actualización, anuncia en alto que le llevará la comida arriba a su esposa, quien ha volado, sin dormir, toda la noche. Desde Minneapolis.

“Que tengan un buen día”, grita mientras se cierra la puerta del ascensor, justo a tiempo para evitar escuchar las risas de los otros huéspedes. Una niña levanta la mirada, despegándola de su tostada con mantequilla: “¡estadounidense!”, dice. “D’oh!” Está imitando a Homer Simpson, y el comedor del desayuno estalla en risas.

Desde que vi pasar esto el verano pasado, no ha transcurrido una semana en la que no haya pensado en esta escena globalizada, que a momentos me divirtió y a momentos me horrizó.

Todos los estadounidenses viven con la frase “el estadounidense feo”, tomada de un exitoso libro y popular película de principios de la década de 1960, pero cuando recuerdo el buscador de madalenas de arándanos de Minneapolis me pregunto si el estadounidense feo no ha sido sustituido por otra caricatura: no siniestra sino desventurada, no de un maleducado sino de alguien ruidoso, sin sofisticación, un poco bobo, un payaso.

Hemos intercambiado un estereotipo por otro, o por varios, igual de potentes, igual de erróneos.

“Conozco los estereotipos de Estados Unidos en el extranjero”, comentó el presidente Obama a un grupo de estudiantes universitarios en Estambul en 2009. “Y sé que muchos de ellos son creados no por interacción directa o diálogo, sino por programas de televisión e información incorrecta”.

Este ensayo y los dos perfiles de verdaderos estadounidenses que lo acompañan son un esfuerzo por corregir algunas de estas impresiones incorrectas. A menudo el mundo está engañado, como dijo el presidente Obama, viendo a Estados Unidos por medio de los iconos que su cultura popular ha producido —esto significa Homer Simpson— pero los iconos y estereotipos se combaten mejor al exponerlos a ese desinfectante universal: la vida real.

Un hecho inevitable es que, al igual que la mayoría de los estereotipos, el retrato de Homer Simpson contiene un granito de verdad. Reconozcamos que nuestro hablador ciudadano de Minneapolis en Roma era una copia fiel del marido de Marge Simpson. Sin embargo, si es como sus compatriotas en otras cosas, los comensales se habrían perdido mucho sobre él al conformarse con el estereotipo.

Lo que no vieron —por dar algunos ejemplos— fueron las horas que probablemente dedica al Club de los Leones en su país (los estadounidenses pasaron más de 7.700 millones de horas en servicio voluntario en 2014), o la clase de escuela dominical que enseña en la iglesia todas las semanas (más de la mitad de los estadounidenses asisten regularmente a un lugar de oración), o el dinero que dona al comedor de necesitados que opera en su localidad (los estadounidenses donaron más de 335.000 millones de dólares a la beneficencia en 2014 ¡335.000 millones de dólares en efectivo!).

Pensemos también en la realidad de Baywatch (“Los vigilantes de la playa”). Se podría decir que es el programa televisivo más popular de la historia, principalmente por demostrar la gran variedad de líos románticos que pueden ocurrirles a los tipos mesomórficos mientras saltan por ahí en bañadores minúsculos.

Existe algo de verdad en la caricatura; cualquiera que visite una playa estadounidense puede ser testigo del envidiable vigor y ardor de los salvavidas oceánicos. Pero más allá del brillo (y el glamour) hay una realidad mucho más admirable, la del trabajo en sí mismo, que valora las escapadas dramáticas mucho menos que su prevención.

Ser salvavidas oceánico requiere horas tediosas de arduo entrenamiento en una sorprendente variedad de aptitudes, desde remo a escalada en roca, siempre con la meta de salvar vidas humanas. Los saltos de exhibición son opcionales.

Para muchos estadounidenses, no se trata del dinero.

Con los estudiantes en Estambul, el presidente Obama lamentó con qué frecuencia la cultura popular muestra a los estadounidenses como “egoístas y groseros”. Si le añadimos una gran cantidad de cambios de una cama a otra, tenemos una descripción precisa de los profesionales icónicos estadounidenses, como los abogados televisivos en Boston Legal o los médicos del programa de televisión Grey’s Anatomy.

Pero no se parece en nada a la vida que lleva Richard Beilin, quien decidió no realizar el trabajo corporativo muy bien remunerado para convertirse en un abogado de un pueblo pequeño en Morristown, New Jersey, o la dra. M. Natalie Achong, criada en Queens y Brooklyn, quien trabaja en hospitales especializados en servir a los pobres a la vez que cría a sus dos hijos.

“Siento que existe una vocación mayor en trabajar e impartir la mejor medicina, excelente y valorada, a los que quizás no puedan costearse los ‘médicos buenos’”, dice. “No se trata solamente de ganar dinero”.

Gráfico con foto de la dra. M. Natalie Achong a la izquierda y un personaje de dibujos animados a la derecha (Seth Harrison/Depto. de Estado)
La dra. M. Natalie Achong, médica en St. Vincent’s Medical Center en Bridgetown, Connecticut, se dedica a ayudar a pacientes de minorías y bajos ingresos, quienes frecuentemente tienen acceso limitado a atención médica de alta calidad. (Seth Harrison/Depto. de Estado)

La mayoría de los estadounidenses estarían de acuerdo —médicos o abogados, violinistas o salvavidas, ya sean ciudadanos por nacimiento o ciudadanos más recientes.

Katheryn Conde, cuyos padres llegaron de El Salvador poco antes de que ella naciera, enriquece una vida ya llena con dos empleos y tarea escolar dedicándose al servicio comunitario. Confiesa su asombro ante los adolescentes estadounidenses icónicos que ve en el Manhattan de fantasía del programa de televisión Gossip Girl, como el vampírico Blair Waldorf o la depredadora Serena van der Woodsen.

“En esos programas parece que todas las chicas se centran en la parte social de sus vidas”, dice Katheryn, quien tiene otras cosas que hacer. Es consejera en un campamento, voluntaria para ayudar a sus compañeros con sus materias escolares, y organiza recaudaciones de juguetes para niños pobres. Blair y Serena, llamen a sus terapeutas.

En casi todas partes de Estados Unidos, encontrarás una sorpresa como Katheryn —una sorpresa, en cualquier caso, para los que esperaban a Serena y Blair, y que han medido la cultura estadounidense por los iconos populares producidos, a veces para bien pero más frecuentemente para mal. Por medio de estos iconos el mundo ve un tipo de estadounidense bastante diferente: vanidoso y obsesionado con el sexo, mezquino y ensimismado, tendente a la violencia y un poco loco.

Ese país imaginario ya está listo para ser desmitificado.

Los estadounidenses descritos en este ensayo son retratos tomados de la vida, no caricaturas infladas productos de la conjetura y el juicio incorrecto y la anécdota distorsionada. Lo que presentan es menos sensacional, más prosaico y, en última instancia, más conmovedor y más humano.

Estados Unidos es un país de personas reales, que tienen al mismo tiempo con un gran corazón, son muy trabajadores, meticulosos, imaginativos, están impulsados por los sentimientos hacia sus compatriotas y en general son bastante admirables, aunque, de vez en cuando, busquemos en voz muy alta las madalenas de arándanos en los lugares equivocados.

Este ensayo y los perfiles de los estadounidenses reales a los que está enlazado son fragmentos de “Pop Culture versus Real America”, publicado en 2010 por la Oficina de Programas de Información Internacional del Departamento de Estado.

El autor de este ensayo, Andrew Ferguson, es un editor principal en la revista “Weekly Standard” y columnista para “Bloomberg News”. Entre sus obras se incluye “Land of Lincoln: Adventures in Abe’s America” (La tierra de Lincoln: Aventuras en los Estados Unidos de Abe).

Todos los enlaces en inglés salvo los perfiles de Richard Beilin y M. Natalie Achong, M.D. en ShareAmerica.