Cuando Ana Juárez era adolescente, practicaba todos los deportes que le permitían sus estudios en una escuela secundaria de Nuevo México. En invierno, jugaba al fútbol como centro delantera y en la primavera corría en competencias de atletismo. Más tarde se unió al equipo de sófbol (una modalidad de béisbol).
“Nunca me voy a olvidar de cuando bateé mi primera carrera en el último año de la secundaria”, dice. “Fue el sentimiento más increíble del mundo.”

Pero durante gran parte de su vida escolar, Ana tenía un secreto. Mientras las compañeras comentaban sobre sus novios en la cancha y en los vestuarios, Juárez no tenía nada que decir. “¿Qué iba a hacer?”, dice. “No es que pudiera hablar sobre mi novia”.
En el tercer año de la escuela secundaria, Juárez “se dió a conocer” como lesbiana ante sus amigos y compañeras de equipo. Para el último año de secundaria, se sintió lo suficientemente cómoda en su sexualidad como para tener la apariencia que quería, llevar el cabello corto y ropa menos femeninas. Pero mientras sus entrenadores, sus amigos más íntimos y su familia le brindaron apoyo, Juárez todavía considera que está entre los muchos jóvenes estadounidenses que luchan para conciliar un talento deportivo con la insensibilidad de sus compañeros de equipo, y de la sociedad, respecto a atletas lesbianas, gais, bisexuales, transexuales e intersexuales (LGBTI).
“Cuando se lo dije a mis amigas, me preguntaron por qué no se lo había dicho antes”, comenta Juárez. “Tenía miedo.”

Esa es una experiencia común para atletas jóvenes, dice Sam Marchiano, ex director de difusión de Athlete Ally, un grupo sin fines de lucro que trabaja para terminar con la homofobia en la comunidad deportiva. Empodera a los “aliados”, o atletas amigos de personas LGBTI que no son homosexuales, para que se planten y defiendan los derechos LGBTI en el deporte. El fundador del grupo, Hudson Taylor, fue un heterosexual que practicaba la lucha libre en la escuela secundaria que se cansó de oír el lenguaje homofóbico de sus compañeros de equipo. Para mostrar solidaridad con quienes eran menospreciados por sus compañeros, fijó un símbolo de igualdad LGBT –una calcomanía con el signo igual en color amarillo sobre un fondo azul– en el arnés que usaba en la cabeza durante las luchas. Si bien sus compañeros de equipo lo criticaron, la postura de Taylor le ganó la admiración de miles de padres, atletas y entrenadores, que le apoyaron.
“Acabar con la discriminación surge del respeto, no importa cuál sea la orientación sexual, el sexo o de dónde viene cada uno”, dijo Marchiano. “Para un atleta LGBT, la pregunta no es simplemente «¿Me aceptarán mis compañeros de equipo?» sino «¿Me dejará jugar el entrenador y me dejará seguir formando parte del equipo?»”
El tiempo está de su parte. Hay muchas señas indican que Estados Unidos se está convirtiendo en un lugar más equitativo para atletas LGBTI. Una encuesta del centro de investigaciones Pew muestra que una mayoría abrumadora de adultos LGBTI (el 92 por ciento) dicen que la sociedad los acepta más en los últimos 10 años. Un porcentaje similar de los casi 1.200 adultos encuestados creen que en los próximos 10 años la aceptación será incluso mayor.

“Las personas entre 18 y 24 años son, con mucho, la generación más inclusiva y con mayor mentalidad de igualdad”, dice Ellen Kahn, directora del Proyecto Familia de la Campaña de Derechos Humanos, un grupo que trabaja para lograr la igualdad para la comunidad LGBTI. “Son la generación que ni siquiera entenderá por qué algo como el matrimonio entre personas del mismo sexo fue alguna vez un problema. Ese cambio de actitud se trasladará al equipo de fútbol y al equipo de natación y a otros deportes, y significa un choque más pequeño y menos drama cuando alguien se da a conocer en este aspecto”. El cambio ya ha comenzado. Atletas en todos los niveles del deporte han hecho pública su orientación sexual con muy poco detrimento a sus carreras.
Avery Stone, de poco más de 20 años, es una lesbiana que jugó al hockey sobre hielo en el Colegio Universitario Amherst hasta su graduación el año pasado. “Cuando era estudiante, cuando me debatía sobre si decírselo a la gente, buscaba historias de personas LGBT con las que me pudiera identificar. Saber que no estaba sola significaba mucho”, dice. “El mensaje de los modelos de conducta para los niños es que pertenecen a un lugar y que no son «otro»”.
“Mi proceso de darme a conocer como homosexual fue de efecto dominó. Me sinceré con mis amigos más íntimos, uno por uno, y simplemente empezó a correr la noticia de que soy lesbiana”. Si bien estaba nerviosa, Stone dijo: “No perdí ningún amigo. El ser sincera fortaleció mis lazos con mis compañeros de clase y mis compañeras de equipo”.

En mayo de 2013, Jason Collins, un jugador profesional de baloncesto, anunció públicamente que era gay en un artículo en Sports Illustrated. En marzo de 2014, un jugador de tenis de la Universidad de Notre Dame, Matt Dooley, hizo lo mismo.

En uno de los casos de mayor sensacionalismo, Michael Sam, un jugador universitario de fútbol americano, se aseguró de que los reclutadores y entrenadores de la Liga Nacional de Fútbol Americano (NFL) supieran que era gay antes de convocarlo. Algunos ejecutivos y entrenadores de la NFL creían que el anuncio perjudicaría sus posibilidades de convertirse en un atleta profesional porque, como expresara un comentarista, un jugador gay no sería bienvenido en un vestuario de la NFL. Pero en 2014, Sam fue invitado a unirse a los Rams de St. Louis. Al final, no resultó seleccionado para el equipo. Desde entonces, ha jugado brevemente para los Cowboys de Dallas y para un equipo en Montreal en la Liga Canadiense de Fútbol Americano.
En cuanto a Juárez, que ahora tiene 24 años, tiene dos trabajos y juega al fútbol con el equipo Hot Shots de Santa Fe (Nuevo México), un equipo de la liga municipal que ganó el campeonato en 2013. Uno de sus trabajos consiste en ayudar a que los niños tomen decisiones positivas en sus vidas. Cuando se encuentra con alguien que está luchando por aceptar su sexualidad, ella ofrece algunos consejos.
“Les digo que todo va a ir bien y que hablen con sus amigos más íntimos”, dice. “En 10 años, espero no tener que tener más esa conversación”.
El autor de este artículo es el redactor independiente Tim Neville. Contribuyó la redactora Kathryn McConnell.