Cuando Pablo Picasso completó su cuadro “Guernica” en 1937 prefirió evitar su exposición en su España natal. Actualmente apreciamos esa pintura como un símbolo potente y universal del sufrimiento y la destrucción por la guerra. Pero también fue un producto de la Guerra Civil española, y un ataque directo a las fuerzas nacionalistas del general Francisco Franco. El cuadro, para decirlo suavemente, no habría sido bienvenido en la España de Franco.
Muchas obras de arte ampliamente celebradas, en la música y la literatura, desafían a los gobernantes e instituciones religiosas o a los sentimientos públicos de su época. Y algunas veces la importancia de una obra maestra solo se hace clara con el paso del tiempo. En 1937 todos sabían que Guernica era sobre Franco, hoy entendemos el cuadro como un símbolo universal del sufrimiento y la destrucción por la guerra. Hoy todos seríamos más pobres si los artistas hubieran callado sus voces para acomodarse a los vientos políticos y sociales prevalentes.

En 1852 la novela “La cabaña del tío Tom” constituía un ataque frontal contra la esclavitud en Estados Unidos. Los esclavistas en el sur de Estados Unidos boicotearon su lectura. La autora Harriet Beecher Stowe recibió amenazas de muerte. Un paquete contenía la oreja arrancada a un esclavo (en inglés). Sin embargo la novela de Stowe fue ampliamente leída en el norte, y contribuyó al aumento del sentimiento abolicionista y a la guerra civil que aconteció luego. En un relato ampliamente conocido en un encuentro con Stowe el presidente Lincoln le dijo “así que usted es la mujercita que escribió el libro que desató esta gran guerra”.
En 1913 el debut del ballet “La consagración de la primavera” de Igor Stravinsky provocó turbas (en inglés). Muchos lo hallaron muy crudo, demasiado violento y demasiado diferente a la coreografía contemporánea. Se dijo que el compositor tuvo que escapar de un público enfurecido antes que la actuación terminara. Actualmente la obra es aplaudida como una obra maestra de la danza experimental que acompaña sus igualmente complejos ritmos.

Durante la Segunda Guerra Mundial, George Orwell no pudo hallar una casa editorial que publicara su nuevo libro titulado “Rebelión en la granja”. Se trataba de una alegoría satírica de la revolución que dio lugar a la Unión Soviética y las posteriores brutalidades del líder soviético José Stalin. Pero Gran Bretaña y la Unión Soviética eran entonces aliados contra la Alemania nazi. Orwell perseveró y finalmente “Rebelión en la granja” apareció al final de la guerra. Los países comunistas de inmediato prohibieron la novela, pero a pesar de ello el libro ha seguido imprimiéndose constantemente y es buscado por una amplia gama de lectores en todo el mundo, siendo nombrada como una de las “100 mejores novelas del siglo veinte” por Modern Library. Sus advertencias contra el totalitarismo (en inglés) y la influencia corruptora del poder han durado mucho más que la Unión Soviética.
El Consejo de Derechos Humanos de la ONU (en inglés) ha dicho que la expresión artística y creativa es crítica para el espíritu humano, el desarrollo de culturas vibrantes y el funcionamiento de las sociedades democráticas. La expresión artística nos conecta a todos, y trasciende fronteras y barreras.
La gente que pretende forzar su gusto artístico a otros puede ver que sus intentos tienen el efecto opuesto al que se buscaba. En 1937 los nazis crearon un enorme museo artístico en Munich para demostrar sus ideales sobre la cultura aria clásica y “racialmente pura”.

Unas cuadras más allá reunieron a toda prisa un grupo de 600 piezas de arte que consideraban como “degeneradas”, en diez piezas estrechas y cerradas, cubiertas algunas con consignas insultantes y con algunas pinturas arrancadas de sus marcos. La colección juntada al azar era un contraste marcado con la presentación ordenada y clara de otras de artes “aprobadas”, en museos amplios y bien iluminados.
El arte de vanguardia “degenerado” atraía cuatro veces (en inglés) más visitantes que las obras oficialmente aprobadas. Al hacer que el arte desautorizado fuera presentado como prohibido, sin querer los nazis lo estaban popularizando.
Los déspotas generalmente tienen mal gusto. Hitler y Stalin prohibieron las obras de Marc Chagall. También fueron prohibidos en la Alemania nazi James Ensor, Ernest Hemingway y, sí, también Picasso.