En Tanzania, debido a la sequía, una muchacha debe caminar más lejos a buscar agua de lo que su madre iba hace unos años. Ese tiempo extraordinario que debe invertir en la búsqueda de agua implica que no puede asistir a la escuela.
En Mozambique, las inundaciones dejan agua estancada en la que nacen los mosquitos. Después se produce un brote de malaria en un lugar en el que la enfermedad no se había visto nunca antes. Una madre es más susceptible a la enfermedad y a la vez debe cuidar de su familia enferma.

No nos estamos imaginando escenas. Son los resultados de los patrones del tiempo asociados al cambio climático. Las Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud han dicho que estos cambios tienen mayor efecto en las mujeres que en los hombres, en particular en los países en desarrollo.
Las mujeres “figuran entre las personas más vulnerables al cambio climático”, concluye un informe de la ONU sobre población, “debido, en parte, a que en muchos países constituyen la mayor parte de la mano de obra agrícola y, en parte, a que suelen tener acceso a menos oportunidades de obtener ingresos”.
Cuando se combina con la discriminación económica y social, el cambio climático amenaza el derecho de la mujer a la educación, la información, el agua, los alimentos, los cuidados sanitarios y la ausencia de violencia, según dijo Eleanor Blomstrom del grupo “Organización para el desarrollo y el medioambiente de la mujer” (Women’s Environment and Development Organization).
Blomstrom destaca la importancia de que la mujer participe en la respuesta al cambio climático “desde el nivel de los proyectos locales al nivel de las políticas internacionales y a todos los niveles entre estos”. Dijo en la conferencia COP21 en París que “el grupo constitutivo de mujer y género está mostrando soluciones que son sostenibles, lideradas por mujeres, son seguras, fomentan la participación de la mujer y no aumentan las posibilidades de conflicto”.