La democracia es enredada y propensa a la traba política. Por ejemplo los críticos del gobierno de Estados Unidos reclaman que las rivalidades entre demócratas y republicanos, y entre el presidente y el Congreso, significa que nada parece hacerse. Con tantas cuestiones llenas de desafíos a resolver, ¿no sería simplemente mejor dejar que una fuerza militar estable y eficiente se haga cargo de todo, o tal vez solamente por una temporada?
Incluso aquellos dispuestos a renunciar a las importantes libertades como la libertad de expresión quedarían desencantados si los generales militares manejaran sus países, dice Lawrence Wilkerson, profesor de gobierno en el Colegio Universitario William y Mary en Virginia.
Para Wilkerson, un veterano con 31 años de servicio en el Ejército de Estados Unidos, la historia demuestra que los militares no pueden aportar los puestos de trabajo, la prosperidad económica ni otras cosas esenciales que la gente quiere. “Sin importar cuantas veces en la historia hayan asumido la gobernanza los militares han fracasado y fracasarán. Simplemente no pueden hacerlo”, asevera.

Como otros gobernantes que no rinden cuentas a sus votantes, los regímenes militares inevitablemente se corrompen y son propensos a llenarse los bolsillos, dice Wilkerson. A medida que se entrelaza en el sistema económico de un país, los militares se mostrarán menos dispuestos a renunciar a sus ventajas y a entregar las riendas del poder.
Lo que la gente espera de los líderes políticos es “algo más que libertad y albedrío. Se trata de un buen puesto de trabajo, de un grado razonable de seguridad. Es la capacidad de pensar y decir lo que se piensa”, dice Wilkerson. “Pero todo eso no está en la cultura militar”, que se preocupa de cumplir órdenes y cumplir la misión encargada.
En algunos países toma tiempo establecer instituciones y poder librarse del mandato militar. Pero a pesar de lo frustrante que puede ser la democracia, es lo mejor para atender los intereses de la gente, y que esos intereses sean mejor atendidos por un gobierno que ha sido libre y justamente elegido, según concluye Wilkerson.