
“Te vi por primera al atardecer del 4 de mayo de 1909, desde la cubierta del barco inmigrante que me trajo desde Noruega. Y me preguntaba, ¿qué ha de pasarme? Pero tú me diste valor”.
Cuatro de cada 10 estadounidenses descienden de alguien, que como Olaf Holen, cuya cita se muestra arriba, se sintió con fuerza al ver la antorcha de la Estatua de la Libertad al llegar al puerto de Nueva York. Para esos inmigrantes su primera vista de la “Dama de la Libertad” significaba que habían llegado “al Nuevo Mundo”, donde podrían participar en las promesas de la libertad y la oportunidad.
Incluso antes de que los 204.000 kilogramos de la estatua de cobre y hierro fueran fundidos, su mensaje era ampliamente entendido. Los promotores franceses querían hacer un regalo de su país a Estados Unidos que simbolizara el compromiso de ambas naciones con la libertad. Las contribuciones francesas costearon la estatua y las donaciones estadounidenses el pedestal. Niños escolares de ambos países figuraron entre los contribuyentes (una clase de jardín de infancia de Iowa aportó 1,35 dólares).
La Estatua de la Libertad fue inaugurada el 28 de octubre de 1886. Dada su proximidad a la Isla de Ellis, la puerta de entrada a Estados Unidos para muchos inmigrantes entre 1892 y 1954, la estatua siempre ha estado asociada con los recién llegados, y con el sueño americano que ansiaban hacer propio.

La Estatua de la Libertad atrae a cuatro millones de visitantes al año. Si decides ser parte de ellos, prepárate. Tendrás que subir 354 peldaños para gozar de la vista panorámica desde las 25 ventanas en la corona de la estatua.