(Arriba) Museo del Holocausto (Washington, D.C.) (© AP Images)
El Museo de Estados Unidos para la Conmemoración del Holocausto tiene una doble misión: recordar a los millones de judíos y otras víctimas del genocidio nazi y enfrentar el odio y prevenir genocidios en la actualidad.
Su personal está integrado por abogados y académicos especialistas en derechos humanos internacionales que han estudiado durante mucho tiempo la forma en que Adolfo Hitler llegó al poder y aprovechó la maquinaria del Estado para cometer asesinatos a gran escala.
Casi 40 millones de personas han visitado el Museo de Washington desde su inauguración en 1993. El 12 por ciento vienen del extranjero. El 90 por ciento no son judíos. Son pocos los que observan las colecciones —un vagón de madera en el que se llevó a los judíos a los campos de concentración, zapatos de cuero deteriorado recogidos antes de que las víctimas entraran a las cámaras de gas y fotos de patrullas móviles de matanza, cadáveres y prisioneros demacrados— y no se conmueven.
Líderes religiosos y civiles, funcionarios electos, militares, educadores y periodistas de muchos países participan en los seminarios y debates de colegas sobre el reconocimiento de las señales de alerta temprana de genocidio. Muchos asisten a través del Programa de Liderazgo de Visitantes Internacionales (en inglés) del Departamento de Estado.

Desde 1999 unos 100.000 oficiales de la policía, 46.000 miembros de las fuerzas armadas y casi 16.000 jueces de todo el mundo han estudiado el hecho de que tanta gente estuviera dispuesta a cumplir órdenes para matar a civiles inocentes, señaló Jennifer Ciardelli, quien dirige las iniciativas civiles y de defensa del Museo del Holocausto.
Tad Stahnke dirige una iniciativa que se centra en el antisemitismo y la negación del Holocausto, con el objetivo de elevar “el nivel de discurso” sobre estos temas. Publica materiales en varios idiomas.
“El pasado nunca muere. Ni siquiera es pasado”.
— NOVELISTA WILLIAM FAULKNER
Peter Fredlake, que trabaja con educadores, comentó que los visitantes llegan a menudo con un relato simplista “de nazis malos, víctimas casi demasiado perfectas y salvadores santos. Queremos que el Museo del Holocausto sea un espejo que diga: ‘Esto me dice algo sobre mi propio comportamiento y la historia del país en el que vivo. Hablemos sobre ello’”.