¿Aguantaré?, se preguntaba Ilina Arsova.
Esta mujer 30 años de edad, original de Macedonia, estaba en su tercera semana de escalada del monte Everest, con días “cálidos” de 16 grados centígrados bajo cero, vientos de hasta 48 kilómetros por hora y aire con un contenido de oxígeno de menos del 66 por ciento que el aire al nivel del mar. Todo le dolía, incluso los dientes. “Todos los problemas médicos de mi infancia hasta la vida adulta resurgieron”, dijo.
Pocas mujeres se han parado en la cima de pico más alto del mundo. En 1975, cuando la primera mujer, Junko Tabei, de Japón, escaló el Everest, sólo 38 hombres lo habían hecho. Y casi 40 años después, ninguna mujer macedonia había llegado tan alto.
Arsova, a la que le gustan las actividades al aire libre y tiene un temperamento artístico, sintió que podría intentar la hazaña cuando llegó a la cima de una montaña de 7.000 metros de altitud en Nepal y vio por primera vez el Everest, sus destellos, su blanco punto que parecía tocar el cielo.
Estar preparada físicamente fue sólo la mitad de la batalla. Desde el equipo hasta los sherpas, la expedición sería costosa — el costo puede llegar hasta los 100.000 dólares. En sus primeros esfuerzos para recaudar fondos, Arsova fue rechazada por empleadores e instituciones que no le devolvían las llamadas.

Entonces Arsova fue seleccionada por la embajada estadounidense en Skopje para el programa de mentores deportivos mundiales del Departamento de Estado y espnW. El programa fue creado como parte de la iniciativa del Departamento de Estado para potenciar a las mujeres y las niñas por medio del deporte, este programa empareja a mujeres de todo el mundo con influyentes mujeres ejecutivas del sector deportivo en Estados Unidos.
Arsova pasó un mes con Donna Carpenter, dueña de Burton Snowboards en Burlington, (Vermont) y aprendió cómo la empresa hace de los deportes extremos actividades para todo el mundo por medio de sus eventos. Aprendió sobre recaudación de fondos a través del grupo sin fines de lucro de Carpenter, la Fundación Chill, que acerca el deporte del snowboarding a niños en situaciones vulnerables.
La experiencia ayudó a Arsova a crear su hoja de vida, la colocó en el punto de mira de los medios de comunicación y le aportó el coraje para intentar recaudar fondos para una expedición al Everest. Carpenter se convirtió en una de sus patrocinadoras. Arsova utilizó sitios de financiación colectiva tales como Indiegogo e inventó sus propias tácticas peculiares. (Su “Artistas macedonios en camino al Everest” apelaba a pintores donar sus obras para que Arsova las vendiera).
Comenzó su ascenso al pie del Everest en marzo de 2013, pasando noches heladas en un saco de dormir de 1989. No me importaba. “Me sentía tan bendecida al despertar, al ver dónde estaba”, dijo, y añadió “tenía a todo el país conmigo cuando estaba escalando”.
En mayo, Arsova llegó a la cima, convirtiéndose en la primera mujer macedonia en llegar a la cumbre del Everest. Bajó con una perspectiva diferente. Se mudó a la orilla tranquila del Ohrid, donde convirtió la vieja casa de su abuelo en un albergue de bajo presupuesto, con paneles solares, donde recibe a los turistas que vienen de marcha montañera, reman en kayak, esquían y respetan el aire libre. Se convirtió en alcalde de Lagadin, su pequeño pueblo pesquero.
Pero tenía otra meta, algo que ella y Carpenter habían incluido en un plan de acción: Arsova fundó TAKT, una organización que utiliza el deporte para tender un puente entre brechas culturales y religiosas y que aborda la discriminación por razón de género o condición social.
Hoy en día, el éxito de Arsova inspira a muchas mujeres macedonias a escalar y a acometer otros desafíos que enfrentan en su subida a la cumbre, cualquiera que sea esta.
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