
Si el gobierno de Estados Unidos recibiera en el correo una cuenta por la electricidad como la gente común, el pago más grande le correspondería hacer al Pentágono. Ahora, en medio de las preocupaciones sobre el cambio climático y los volátiles precios del petróleo, los militares han tomado con seriedad el recorte del consumo de los combustibles fósiles.
La Armada de Estados Unidos lidera la carga, con la meta de conseguir que el 50 por ciento del combustible que necesita para sus barcos, aviones, e instalaciones portuarias provenga de fuentes renovables alternativas para el año 2020.
Actualmente la Armada bombea biocombustibles fabricado con un 10 por ciento de grasa de res en una docena de barcos, en la que se denomina la Gran Flota Verde (Great Green Fleet). En las bases navales y en otras instalaciones terrestres, los paneles solares producen kilovatios limpios y la iluminación LED ha disminuido la cantidad de contactos en los medidores de energía. Las bases navales y otras instalaciones terrestres obtienen 1,1 gigavatios de energías renovables, o sea, la mitad de la energía eléctrica que necesitan.
La Armada está ahorrando energía en otros lugares también, con los navegantes buscando rutas que aprovechen los vientos y las corrientes oceánicas para que las naves puedan mantenerse en el mar mucho más tiempo sin reabastecerse. También se ha unido al gigante de los fletes Maersk para hacer pruebas con un biocombustible hecho con algas.
El secretario de la Armada, Ray Mabus, es un apasionado al respecto: “Todos nos beneficiamos de un futuro en el que los recursos energéticos sean más diversos, estén más disponibles, sean más sostenibles, más compatibles con nuestro medioambiente”, dijo.
Se le dio el nombre “Gran Flota Verde” en homenaje a la famosa “Gran Flota Blanca” de barcos de guerra pintados de blanco que el presidente Theodore Roosevelt despachó en una gira de buena voluntad en torno al globo hace más de un siglo. (Actualmente el color reglamentario de la flota es el gris).

Dennis McGinn, secretario adjunto que dirige el proyecto de la Armada para ahorrar energía y proteger el medioambiente destaca que no es necesario remodelar un barco para que pueda ser usado con el biocombustible de la Flota Verde.
“Se lo pone y no hay nada que cambiar. Entra en los tanques normales de combustible, en las bombas, en los filtros, directo a las cámaras de ignición y combustión”, dice McGinn.
Los países asociados en el reciente ejercicio marítimo en la Cuenca del Pacífico cargaron en los tanques de sus barcos combustible alternativo. La conservación de la energía no es difícil de vender a los marineros y a los infantes de marina, incluso a los veteranos más curtidos.
“Ellos lo entienden”, dice McGinn, un expiloto de combate. “Somos más eficaces si podemos aprovechar al máximo cada barril de petróleo y cada kilovatio de electricidad”.